9. De Canadá a la Eurozona: ¿es realmente tan fácil la creación de dinero por parte del gobierno?
Los países tienen cierta libertad para organizar su monopolio monetario y su sistema de dinero fiduciario, sin que ello afecte a los principios básicos subyacentes. En particular, la relación entre el ministerio de finanzas, el banco central y los bancos comerciales puede diferir, así como el orden de intercambio de dinero y bonos entre ellos. A menudo, a diferencia de lo que ocurre en Canadá, los gobiernos no pueden vender sus bonos del Estado al banco central. En su lugar, deben venderlos directamente a los bancos comerciales. Esto tiene la ventaja de que, desde el principio, los bonos se colocan en el sector financiero para cumplir su función de “esponja de dinero”. En realidad, este cambio de orden no supone una diferencia tan grande como podría parecer a primera vista. En Estados Unidos, por ejemplo, primero se produce el gasto deficitario, ejecutado por el banco central que, de este modo, crea el dinero. A continuación, y de forma independiente, el gobierno vende bonos a los bancos por el importe del gasto deficitario. En otros países, sin embargo, primero el banco central fabrica el dinero necesario, que crea concediendo préstamos a los bancos. Con este nuevo dinero, los bancos comerciales compran los bonos al gobierno.
Lo que siempre permanece igual es esto; es el banco central el que fabrica el nuevo dinero para pagar el gasto deficitario y para comprar los bonos recién emitidos – nadie más podría hacerlo. Y siempre son las instituciones estatales las que controlan este proceso. Cuando los gobiernos están legalmente obligados a vender sus bonos sólo al sistema financiero, esto no da a los bancos poder sobre los gobiernos, como podría pensarse. En los países con moneda nacional, el banco central puede controlar el comportamiento de los bancos de forma muy precisa. De hecho, el banco central no sólo tiene un tipo de interés clave, sino un conjunto, y al manipularlo puede asegurarse de que los bancos desempeñen el papel que les corresponde en el proceso y absorban los bonos al tipo de interés que dicta el banco central. Así, el banco central no necesita el derecho de comprar bonos directamente al gobierno para garantizar la solvencia de éste. También puede mover los hilos necesarios en segundo plano para asegurarse de que el dinero llegue al gobierno a través de los bancos, creando indirectamente una “esponja de dinero”.
Sin embargo, sólo en la eurozona las cosas son mucho más complicadas. Diecinueve países de la Unión Europea comparten una moneda fiduciaria y un banco central, el Banco Central Europeo (BCE). Se trata de un experimento sin modelo, por lo que los tratados que establecen las normas del euro y del BCE son un compromiso. Reflejan la desconfianza mutua de que otros Estados puedan utilizar en exceso el privilegio de creación de dinero del banco central en su propio favor y acaben creando inflación para todos.
Para hacer posible el euro, los miembros de la eurozona se comprometieron a una serie de obstáculos que dificultan el gasto deficitario de los gobiernos nacionales o lo impiden por completo. Se establecieron techos de endeudamiento, especialmente severos para los Estados con una elevada deuda histórica. Además, se ha implantado un mercado artificial en el proceso de creación de dinero estatal. Los gobiernos deben vender sus bonos a los bancos, lo que en sí mismo no sería un problema, como hemos visto anteriormente, ya que el banco central fabrica el dinero necesario y se lo da a los bancos de todos modos para que compren los bonos. Pero el único problema de la eurozona es que los bancos toman el dinero y, sin ningún riesgo de cambio, pueden elegir entre 19 bonos de gobiernos nacionales diferentes. Esta situación excepcional permite a los bancos hacer subir los costes de los intereses de los distintos Estados, algo que no sería posible en el caso habitual de “una moneda igual a un bono del Estado”. En consecuencia, los países de la eurozona con altos niveles de endeudamiento, no sólo sufren los techos de la deuda, sino también el riesgo de pagar tipos de interés a los bancos comerciales a niveles que ya no son sostenibles, ya que los intereses hacen que la deuda aumente como por sí misma.
Estos problemas inherentes a la zona de la moneda común se han manifestado desde la crisis del euro en 2010, que siguió a la crisis financiera. El pistoletazo de salida fue que Grecia, como parte de la eurozona, no fue salvada por el BCE, sino que fue declarada “en default”, como un estado del sur global, endeudado en moneda extranjera. Con la aparición de esta inesperada posibilidad de quiebra nacional y de impago, la confianza en la fiabilidad del proyecto del euro se tambaleó. El sector bancario empezó a especular contra los Estados con altos niveles de deuda, y el BCE permitió que proliferara el diferencial de los tipos de interés de los bonos. Sólo en 2012 el BCE comenzó finalmente a intervenir, después de que los niveles de deuda de algunos Estados de la zona euro hubieran aumentado aún más como consecuencia de los descontrolados tipos de interés. En la crisis económica, las reglas de la eurozona se tradujeron en la práctica en un programa de austeridad que inhibió la inversión y la recuperación en gran parte de la eurozona.
La extraña situación de un mercado creado específicamente para los bonos, combinada con la vacilación del BCE a la hora de ejercer un control sobre los tipos de interés resultantes, consolidó el malentendido de que los Estados de la eurozona se financian con los bancos. Para reiterar: La Eurozona sigue siendo un sistema de dinero fiduciario, siendo el euro la moneda común del Estado, mientras que el dinero de los depósitos de los bancos es sólo un dinero de segundo orden que no puede comprar bonos, y mucho menos financiar a los Estados. La falta de dinero y de inversiones se debe a las restricciones autoimpuestas que los Estados del euro firmaron en el tratado de Maastricht. Estas normas sólo pueden modificarse por unanimidad, lo que dificulta enormemente su cambio. Por ello, algunos políticos y partidos de los países desfavorecidos abogan por salir de la eurozona, optando por la incertidumbre del proceso en lugar de seguir limitados por las normas.
La extraña situación de un mercado creado específicamente para los bonos, combinada con la vacilación del BCE a la hora de ejercer un control sobre los tipos de interés resultantes, condujo al malentendido de que los Estados de la eurozona se financian con los bancos. Para reiterar: Los Estados de la Eurozona han limitado severamente su privilegio de creación de dinero mediante un tratado. Pero la Eurozona sigue siendo un sistema de dinero fiduciario, en el que el dinero de depósito de los bancos es sólo dinero de segundo orden que no puede comprar bonos, y mucho menos financiar a los estados. La falta de dinero e inversión se debe a las restricciones autoimpuestas que los Estados del euro firmaron en el tratado de Maastricht. Estas normas sólo pueden modificarse por unanimidad, lo que dificulta enormemente su cambio. Por ello, algunos políticos y partidos de los países desfavorecidos abogan por salir de la eurozona, optando por la incertidumbre del proceso en lugar de seguir limitados por las normas.