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Cuestionario 3 of 16

1.3 Crecimiento económico

El modelo de civilización occidental se basa en el crecimiento. Históricamente, el crecimiento económico proporcionó la base para evitar los conflictos de distribución mediante el aumento del “pastel”, es decir, la promoción del crecimiento económico como método para lograr la prosperidad en lugar de la redistribución. Fue un compromiso democrático que aseguró la paz social durante el capitalismo del bienestar en Norteamérica y Europa Occidental. Hoy en día, la economía mundial es casi cinco veces mayor que hace medio siglo. Si el crecimiento continúa a este ritmo, la economía será 80 veces mayor en el año 21006

También el concepto de economía verde sigue firmemente comprometido con el crecimiento. El objetivo del crecimiento verde es combinar el aumento de la producción y los ingresos con la reducción de la intensidad de los recursos. Pretende cambiar los modelos de producción sin cuestionar la lógica expansiva subyacente del sistema económico, con el fin de no afectar al modo de vida existente. Las teorías de la economía verde parten de la base de que los recursos naturales (capital natural) y los bienes producidos (capital físico) pueden ser sustituidos. La idea es que el progreso tecnológico y el aumento de la productividad pueden elevar el nivel de vida actual y, con el aumento de la riqueza, la calidad medioambiental perdida puede restablecerse en una fase posterior mediante inversiones “verdes”. La destrucción del medio ambiente se considera reversible. El crecimiento económico, según las teorías del crecimiento verde, puede y debe desvincularse del consumo de materiales y de las emisiones mediante el aumento de la eficiencia. En este sentido, una disminución de la intensidad de materiales o de emisiones por unidad (por ejemplo, menos emisiones por vehículo producido) se denomina desacoplamiento relativo. Sin embargo, para cumplir el objetivo de los dos grados, sería necesario un desacoplamiento absoluto, por el que las emisiones y el consumo de materiales disminuirían en términos absolutos a pesar del crecimiento económico continuado. Hasta ahora, la desvinculación absoluta sólo se ha conseguido en determinados periodos y para países concretos, sobre todo porque estos países (como Dinamarca) han externalizado sus procesos de producción intensivos en recursos a otros países (como China). A nivel mundial, no se ha producido una desvinculación absoluta. Los requisitos tecnológicos para la desvinculación absoluta serían enormes. Además, en la mayoría de los casos, el potencial de ahorro de los aumentos de eficiencia sólo se realiza parcialmente, ya que la reducción del consumo en un ámbito lleva a un aumento del consumo en otro. Es el llamado efecto rebote. Los productos pueden abaratarse gracias al progreso tecnológico, lo que a su vez crea más poder adquisitivo para un consumo adicional. Por ejemplo, si los coches consumen menos combustible, la gente se ahorra dinero en el repostaje, que puede gastar en recorrer distancias más largas o en volar. 

Figura 1 Intensidad anual de las emisiones de dióxido de carbono, 1965-20157 Figura 2 Emisiones anuales de dióxido de carbono por regiones del mundo, 1965-20158

 

Las dos figuras anteriores muestran la intensidad de las emisiones de dióxido de carbono por dólar, así como las emisiones absolutas de dióxido de carbono. El descenso de la intensidad de las emisiones (figura 1) muestra la disociación relativa que se ha producido en las últimas décadas, especialmente en los países de renta baja. A nivel mundial, la desvinculación relativa ha sido menor. A pesar de esa tendencia, el mundo está muy lejos de una reducción absoluta de las emisiones. La segunda figura muestra que no se ha producido una disociación absoluta: las emisiones siguen aumentando junto con el crecimiento económico. 

Empíricamente, no se puede identificar ninguna tendencia hacia la sostenibilidad. Por el contrario, la demanda mundial de energía aumentó más del 40% desde el año 2000 hasta 2017. El 81% de esta demanda se sigue cubriendo con combustibles fósiles. Las industrias de los combustibles fósiles siguen dominando la economía mundial; ocho de las diez mayores empresas del mundo en 2018 pertenecían a los sectores del petróleo, la automoción y la energía. Junto con políticos, sindicatos y medios de comunicación afines, estas empresas forman un influyente bloque de poder fósil que defiende el statu quo. Las industrias del carbón, el petróleo y la automoción han defendido hasta ahora con éxito su propiedad (de los recursos fósiles) y sus mercados (para el transporte privado motorizado y la energía “barata”). Si no se abordan las cuestiones de poder, será difícil combatir la crisis climática. 

Aunque el hecho de que el mundo tal y como lo conocemos está amenazado se ha difundido en los medios de comunicación y ha llegado a la agenda política, gracias a movimientos como Fridays for Future, sigue faltando una acción climática ambiciosa. Nos encontramos en lo que Tim Jackson denomina un “dilema de crecimiento”; renunciar al crecimiento de nuestra economía parece provocar un colapso económico y social, mientras que si se sigue persiguiendo el crecimiento se corre el riesgo de destruir los ecosistemas globales que constituyen la base de nuestra existencia.9 Es evidente que no podemos seguir confiando en el crecimiento económico. Seguir como hasta ahora ya no es una opción. Es indispensable otro modo de producción, consumo y vida. Pero, ¿cómo podría ser esto?

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