Como hemos mostrado, los enfoques contemporáneos se han desarrollado en diferentes líneas y magnitudes. Sin embargo, lo que puede entenderse como la ortodoxia actual presenta características que han encontrado un consenso global en cuanto a los instrumentos que deben regir el trabajo. Las ideas principales son:
- los problemas de empleo o desempleo tienen más que ver con la existencia de estrategias individuales inadecuadas que con problemas agregados (sociales-colectivos),
- introducción de una estructura ideológica que hace desaparecer el trabajo como factor productivo y lo transforma en un tipo específico de capital y a los trabajadores en capitalistas. De este modo, el trabajo se convierte en capital en el más puro sentido neoclásico y el conflicto de clases desaparece,
- que el nivel de empleo es una constante y no una variable sobre la que haya que tratar de influir mediante los instrumentos de regulación macroeconómica. Por el contrario, el nivel de empleo (y, por tanto, de desempleo) viene dado por la tasa natural. El problema del desempleo se considera de nuevo voluntario.
Una última característica de la nueva ortodoxia es que ha adquirido una extraordinaria influencia política sin que sus partidarios hayan encontrado la mínima evidencia empírica que deberían tener para ser considerados científicos. No se ha podido demostrar que una mayor flexibilidad en las reformas laborales sea un instrumento eficaz para influir en el nivel de empleo. Tampoco se puede demostrar que el aumento de la influencia de los sindicatos sea la causa del desempleo, como señala reiteradamente la ortodoxia académica o la que pronuncian instituciones como el Fondo Monetario Internacional.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, es urgente preguntarse: ¿hasta qué punto tiene sentido que la economía ignore el problema del bienestar efectivo de los trabajadores o de la sociedad en general cuando aborda el problema del desempleo? Cuando la Organización Internacional del Trabajo señala que en 2019 el 20 por ciento de los trabajadores con menores ingresos -alrededor de 650 millones de trabajadores- ganan menos del 1 por ciento de los ingresos laborales mundiales , y que actualmente estamos alcanzando la mayor tasa de desempleo de los últimos 30 años cabe preguntarse: ¿es razonable sostener que esta situación se produce simplemente porque esos trabajadores han decidido no invertir lo suficiente en sí mismos o que están voluntariamente desempleados porque insisten en no aceptar salarios más bajos?
En definitiva, el balance final sobre los conocimientos que las distintas escuelas de economía han aportado al estudio del trabajo y el empleo es bastante frustrante. Como hemos visto, los actuales análisis dominantes nos impiden contemplar el carácter necesariamente más global-social del problema del desempleo. Estas limitaciones son precisamente las que indican, a su vez, los grandes retos a los que se enfrenta el análisis económico para entender y explicar los problemas del trabajo. Retos que definitivamente se verán agravados por la actual crisis global de la salud que comenzó en 2020 y que ya está mostrando los principales cambios en las estructuras y organización del trabajo.
