3.2 De la teoría del valor del trabajo a la teoría de la utilidad
En nuestra discusión sobre la estructura de la teoría clásica, encontramos que el núcleo de esta teoría se basa en la teoría del valor basada en el tiempo de trabajo, o en otras palabras, la teoría del valor del trabajo que explicaba el valor-cambio (precio) de las mercancías. Para entender lo que llevó a la sustitución de esta teoría por la teoría neoclásica basada en la utilidad, tenemos que tener en cuenta el ambiente intelectual que se desarrolló a mediados del siglo XIX. Durante este período de tiempo hubo una creciente preocupación por la teoría del valor del trabajo, ya que estaba atrayendo el descontento del establishment, que pensaba que la teoría aportaba conclusiones socialmente peligrosas, y encontró un fuerte apoyo entre una serie de economistas socialistas y, en general, pro-trabajadores. Mirando hacia atrás, podemos entender cómo el propósito mismo de la nueva teoría neoclásica de la utilidad (declarada o no) era dejar de lado el enfoque clásico debido a sus inquietantes implicaciones políticas que emanaban de la teoría del valor del trabajo y su asociación con el marxismo y el socialismo. La idea de que el valor de las mercancías está determinado por su contenido de trabajo era demasiado desafiante para un sistema que sufría una transformación estructural.4
Hacia 1870, la teoría clásica del valor tenía, en rigor, dos versiones diferentes: la determinación del valor por la cantidad de trabajo (Ricardo) y la más extendida determinación del valor por los costes de producción (Mill). Frente a la teoría del valor de producción, el eje del análisis marginalista consiste en estudiar la determinación del valor exclusivamente en el momento del intercambio. La posterior polémica ideológica y teórica cristalizada por el marginalismo, afectó a la consideración teórica del trabajo. Lo que el marginalista sostenía era que, en cambio, el valor de una mercancía estaba determinado por su utilidad, concepto que se refiere a la satisfacción de un individuo que se deriva del consumo de un bien o del uso de un servicio.
Así, lo que “da valor” a los objetos, es la forma en que los hombres “valoran” las mercancías como objetos destinados al consumo, capaces de satisfacer sus gustos y necesidades. Se establece así una diferencia sustancial, de origen, con el sistema clásico, donde se suponía que las mercancías llegaban al proceso de intercambio con un “valor” determinado por las condiciones de producción (ya sea por la cantidad de trabajo o por los costes de producción). Al sustituir la centralidad del valor para hacerla de la utilidad, se perdía la centralidad del trabajo en el discurso económico y el análisis teórico podía ignorar el problema que suponía considerar la distribución (salario/ganancias) del excedente a la manera de los clásicos.
La mayor aportación de los Marginalistas, y la razón que les dio ese nombre, fue el concepto de utilidad marginal, sobre el que se configuró la definición de la curva de demanda y que permanece hasta nuestros días como base de la línea microeconómica. Para los marginalistas, la demanda depende de la utilidad marginal, es decir, de la utilidad derivada del consumo de una unidad adicional del bien en cuestión. Se afirmaba que, a medida que aumenta el consumo de un bien, la satisfacción que un consumidor obtiene del consumo de unidades sucesivas del bien en cuestión disminuye progresivamente. En consecuencia, el consumidor estaría dispuesto a pagar un precio menor por cantidades mayores del mismo bien. Así, podemos construir una curva de demanda típica, es decir, un esquema entre precios y cantidades, con una pendiente negativa precisamente porque refleja la ley de la “utilidad marginal decreciente”. Por tanto, el valor procede íntegramente de la utilidad marginal, que es una “medida” del placer que proporciona su consumo, un placer que se reduce cuando aumenta la cantidad consumida. El siguiente paso es agregar estas curvas de demanda individuales para llegar a la curva de demanda del mercado.
La teoría marginalista del valor debería haberse complementado con una teoría marginalista de la distribución, es decir, con el conjunto de leyes que rigen la determinación de los salarios, los beneficios y la renta. Lo cierto es que los tres primeros marginalistas no lograron ponerse de acuerdo sobre estas nuevas leyes, a diferencia de la unanimidad alcanzada con la teoría de la utilidad marginal. Es precisamente en este segmento menos completo de la teoría marginalista donde Marshall sale al rescate para ofrecernos su teoría del valor (más cercana a la escuela clásica) como veremos a continuación.
